Relato de nacimientos
Nací en la provincia de Buenos Aires, en una ciudad pequeña
en pleno desarrollo industrial, con casas con jardines en los fondos y porches
con canteros a la entrada, por supuesto con perros y con gatos; calles poco
arboladas, siestas, horas largas, niebla y escarchas invernales, chicharras y
uvas todos los veranos.
Crecí casi entre mujeres: mi abuela paterna, de ella heredé
el amor por la tierra, las labores y la comida, mi madre, que me acerca a un mundo mas pequeño y
detallista, de zurcidos, costuras, suturas y transformaciones y mis hermanas
mayores, de ellas guardo el tiempo invertido en juegos y meriendas.
Mi padre ha sido por esas épocas un fiel guardián y
proveedor. Productor y artesano del vidrio y la madera.
Quise partir de mi casa natal y del barrio que ya conocía de
memoria a los 22 años. Entonces dejé que Buenos Aires me adoptara por amor. El
ritmo de la ciudad grande, el olor, el peso y sus breves espacios de sol.
Durante 12 años crecí a la luz del amor de un mismo hombre.
Hace unos meses he muerto. En vida he muerto. Y durante este
drástico duelo, donde me han matado y he matado, me he vuelto a mudar, siempre
por los suburbios de Buenos Aires y rozando algún tango, siempre por los lindes
de esta ciudad que me contiene en el abandono y que muta a la par de mí o así
lo percibo.
El barrio que hoy me alberga es como un pueblo y tiene lo
que un buen pueblo debe tener: el poder de sus calles misteriosas que provoca
que camines en círculos siempre y que a su vez develes alguna que otra verdad
logrando así agrandar el perímetro de contención muy lentamente.
En el departamento que habito aún no me encuentro. Necesito
un escritorio, cajones, estantes y espacios de guardado… pero todas las mañanas
canta un pájaro despertador y saco la cabeza por la ventana y logro ver el
cielo y entra así la luz en mi retina.
Como dije antes estoy muerta, haciendo lo que debo (o al
menos creo que debo) para renacer. En el pasaje entre mi primera muerte y lo
que espero sea mi segundo nacimiento aprendo a verme, a ver, a conocer, a
reconocer, a aceptar y a disfrutar. En este pasaje solitario lavo la pena,
descubro la herida, desato la tristeza, hablo sola, lloro mucho, mientras
escribo y dibujo muy, muy, muy lentamente.
Estoy muerta, respiro
igual, crezco a pesar y se desarma la armadura, estoy viva sin embargo, pero no
puedo anticipar, ni sospechar. Duermo. Me despierto siempre. En la muerte estoy
viva, esa parece ser la tarea: vivir la vida una vez más.
Inspirado en el relato de Italo Calvino “Curriculum Vitae”
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