De a
poquito me voy desprendiendo de mi ropa vieja. Un pantalón, tres remeritas,
algunos puloveres, unas cuantas camisetas. En el placard dejé una bolsa
bastante grande después de haber hecho limpieza de verano a invierno. Cuando
llega la hora de elegir qué ponerme voy largando y pongo en la bolsa, “esto
no”, y se va yendo de la pesada memoria “el día que nos fuimos de paseo al
río”, “La tarde que dormimos la siesta el sol”, “la noche que salimos a caminar
porque se había cortado la luz”. Es como un ejercicio: agarro la ropa,
automáticamente se viene el recuerdo y como vino se va fluidamente con la
prenda dejada en la bolsa, ese gesto es aliviador y el alivio es sonoro
“ooouffff- aaaah”. Listo. El espacio del placard más despejado, la memoria más
clara, el cuerpo aliviado.
¡Cuantos
recuerdos guarda la ropa vieja! mañana llevo la bolsa a la iglesia.
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