o "A la
hora incierta en otoño"
Salir a
caminar a la hora incierta, hora en que no se sabe si el sol sale o se pone, se
oculta atrás de un árbol o se pierde hasta el día siguiente.
Entrar
a un café: cualquiera, nuevo, amigable.
Elegir
la única mesa libre que queda junto a la ventana (este lugar parece ser un
sitio donde todos se conocen porque me miran de reojo ¿o me habré sentado en la
mesa destinada para otro?).
Entrar
a un café entonces y escuchar los mismos ruidos que me recuerda que es un lugar
parecido a todos: la máquina de café, la televisión encendida, las risas, el
murmullo, las cucharitas en las tasas, las sillas de madera contra el piso, la
puerta, los pasos, el motor de la heladera.
Sacar
un cuaderno de tapas negras de mi bolso. Escribir.
Ver, a
través del vidrio pasar líneas de colectivo que nunca he de tomarme
(felizmente). Quedarme un rato mirando las ramas de un arbolito apuntalado por
recién plantado moverse, doblarse con el viento (¿apuntadalo por joven? ¿será
que todos nosotros en la juventud necesitamos de un tutor que nos sostenga?).
Estoy
en un bar de una esquina de un barrio que nunca me será propio pero que me
retiene, que me abriga unas horas y me impulsa a volver.
Respirar
hondo.
Tomar
café.
Escribir
en este cuaderno (por segunda vez) que quiero hacer mas seguido las cosas que
me gustan e intentar esta vez cumplir mi promesa.
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