Dos
sombras rojizas escondidas en la sombra de una noche joven y amarillenta, abajo
de la sombra azul de un árbol, entre las sombras violetas de las hojitas de una
enredadera. El tiempo se detuvo ahí. Cinco minutos, dos, diez. Media hora. No
importa, era la hora incontable de los besos.
Todo
era una boca.Después, si se puede hablar del después, reanudaron el tiempo, se corporizaron, salieron del escondite despegados, hicieron de cuenta que había sido un sueño.
La memoria contiene olvido siempre.
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